Cuando mi hermano y yo éramos pequeños e íbamos de viaje jugábamos a un juego que consistía en elegir un color y ver quién llegaba antes a diez coches de ese color. Recuerdo que cuando adelantábamos a un camión de transporte de vehículos por carretera era una especie de promesa de encontrar muchos de nuestro color. Un camión que transportaba de diez a veinte coches tenía que ser, a la fuerza, una fuente de victoria. Incluso recuerdo que, con el tiempo, instauramos una especie de reglamento. Como descubrimos que había más coches blancos, rojos y negros convenimos que, si alguno de los dos elegía uno de esos colores, el otro tenía que elegir alguno de los dos restantes, para equilibrar las posibilidades. Y algunas normas más que, fruto del paso del tiempo, he olvidado. Sin embargo, no recuerdo nunca haber imaginado de dónde vendrían esos coches que iban subidos en el camión, ni a dónde irían, ni quién sería el encargado de transportarlos. Sí me imaginaba, en cambio, en la infinita inocencia de un niño, que el conductor del camión podría elegir el que quisiera y andar con él a su antojo por la carretera. Incluso, cuando llevé a mi hermano al cine a ver la película Cars (John Lasseter, Estados Unidos, 2006), empezó a asegurar que los camiones de coches de nuestro juego también se conducían solos. Cosas de niños.
Con el paso del tiempo supe que muchos de esos camiones hacían viajes intercontinentales y que incluso en ocasiones tenían que subirlos a un barco para que viajasen más allá del mar. Pero nunca conocí una empresa de camiones que los transportase, ni ningún empleado de las mismas. Ahí estaban haciendo sus servicios, porque siempre me los he cruzado por carretera, pero nunca supe de ninguna entidad que ofreciese estos servicios. Hasta que, ya en la universidad, me encontré con un compañero en clase, cuyo padre trabajaba como transportista en una empresa de transporte internacional de vehículos. Tan pronto viajaba a Polonia a recoger un camión para trasladarlo a España como que hacía el camino contrario o llevaba una carga de Madrid a Lisboa. Incluso, algunas veces, llegaba a hacer viajes de varias escalas, en las que iba cogiendo varios vehículos. Nuestra duda estaba resuelta. Incluso recuerdo comentarlo con mi hermano en tono de broma: de repente, sin buscarlo ni quererlo, había resuelto el misterio de nuestra infancia.
La empresa en la que el padre de mi amigo llevaba trabajando unos años había nacido fruto de la enorme demanda de transporte en el sector automovilístico. El aumento en las ventas de vehículos en nuestras fronteras, junto con la creciente demanda de marcas extranjeras, fundamentalmente centroeuropeas y japonesas, había llevado al sector del automóvil a tener que buscar una forma eficiente de transportar los coches de un lugar a otro. La rapidez, la calidad, la seguridad y la eficiencia eran los rasgos más buscados para esta tarea, algo así como los cuatro pilares sobre los que sustentar todo un sector.
De esta forma, el transporte de coches desde Alemania a España, que siempre había estado más en alza gracias a la importación de marcas como Mercedes Benz, BMW o Volkswagen, entre otras, dejó de ser la única vía. De hecho, otros países como Bélgica, Holanda, Portugal, Francia u otras especialidades, según la entidad de turno, se añadieron a la lista de rutas semanales, mensuales o de diferentes periodicidades, según necesidad.
Una de las empresas que nació con este aumento de la demanda fue TransThalia, que surgió en el año 2003 y que, ahora, doce años después realiza semanalmente viajes hasta Bélgica, Holanda y Alemania con una equipada flota de camiones porta coches. El servicio de esta empresa es integral, es decir, que la entidad cubre desde la recepción del vehículo hasta la entrega, con todos los pasos intermedios, como la tramitación de papeles y documentos. Todo ello con el sello de garantía de seguridad que ofrecen las estrictas medidas tomadas por la firma, que asegura que los vehículos lleguen en perfecto estado a su destino. Con la mejora continua como política, TransThalia es un magnífico ejemplo de una idea que se acondiciona a las necesidades con la sencillez de un juego de niños.